No sé quién inventó el cuento de la lechera, alguien que quiso desanimar a cualquier emprendedor que le rodeara. Aun así estoy convencida de que el cuento no termina así. Estoy segura de que ella, la lechera que describen en el cuento, no se desanimó, seguro que para ella fue una simple anécdota. Ese día se le cayó el cántaro, volvió a su casa y al día siguiente ordeñó de nuevo a sus vacas para volver al mercado.
Con toda probabilidad esa mente inquieta y trabajadora, no desistió por un mero inconveniente de que un día se te derrame la leche. Al contrario, siguió echando cuentas y trabajando sin cesar. Esa es la mente del auténtico emprendedor. Tenemos que estar preparados para sortear todos los inconvenientes, que vamos a tener. Lo más seguro es que sean muchos. Cada día se nos derramaran cántaros y habrá que volver a ordeñar. Pero hay que seguir soñando, mirando al futuro, marcando objetivos y andando los pasos de la granja al mercado con los cantaros en la cabeza para conseguirlos.
Si se cae el cántaro, a lo mejor, hay que cambiar de estrategia, puede ser que debemos invertir en otro cántaro o en un medio de transporte más seguro y no tenerlo que llevar en la cabeza donde con cualquier tropiezo se pueda volver a caer. En todos los negocios hay que analizar y sobre todo invertir.
Por tanto, que no te cuenten el cuento de la lechera,
sino que te cuenten el auténtico cuento de la lechera emprendedora,
de esa mujer con tesón que iba y venía al mercado a vender su leche y que no se amedrentaba
porque alguna vez se le cayera el cántaro y se derramara.
Yo creo que este sería el final:
«La lechera al ver que se le había caído el cántaro, recogió los restos y los tiró a la basura. Pero siguió andando hacia el mercado donde estaba segura que encontraría al herrero, el cual había empezado a hacer cantaros de porcelana, que eran irrompibles y mucho más limpios, por lo que conservarían mejor las propiedades de la leche. Ese día en lugar de tener ingresos, tuvo que hacer un desembolso, más alto por cierto de lo que imaginaba, pues en aquellos entonces la porcelana solo estaba al alcance de los más pudientes. Pero en realidad, ella lo consideró una inversión.
Volvió a casa rehaciendo sus cuentas y replanificando toda su estrategia. Pensó que como tenía ese nuevo cántaro, su leche sería más rica, puesto que mantendría mejor el sabor, así que le subiría unos céntimos, segura de que la mayoría de sus clientes iban a aceptar puesto que suponía una mejora del producto.
A la mañana siguiente se levantó más temprano aún. Tras ordeñar sus vacas hizo lo que había planificado, con la sorpresa de que cuando puso su leche a la venta a un precio mayor que el resto de lecheras, atrajo la atención del público, que en lugar de comprarle a las demás decidieron comprarle a ella pensando que la calidad de su leche sería mayor en relación a su mayor precio.
Efectivamente sus clientes pudieron comprobar que así era, debido a esta innovación, su leche había conservado mejor las propiedades nutritivas y organolépticas. Por lo que comenzó a distinguirse de su competencia y a fidelizar a su clientela.
En poco tiempo y gracias a ese tropiezo y la inversión que hizo ya había alcanzado los objetivos marcados, incluso con mayor rapidez de lo que había esperado.»